Una sumisa tiene muchas obligaciones. Debe en primer lugar comprenderse, respetarse y aceptarse tal como es, superar la tentación de devaluarse a sí misma viéndose a través de los prejuicios que ha dejado atrás. Si consigue eso, ha cruzado el umbral para poder comenzar con su aprendizaje sin cuestionarse a cada paso no tanto el por qué de lo que hace, que siempre ha estado en su interior, sino el “¿realmente he llegado hasta aquí?” que la sume en perplejidad y orgullo.
Confío mucho en ti, Aisha. De una forma que no resulta fácil de explicar. Confío en que avanzarás y darás pasos hacia mí. Confío en que aprenderás con diligencia lo que trate de enseñarte, pero también y sobre todo en que aprenderás por ti misma las cosas que nadie puede explicarte; Que el respeto que te merece tu Amo no nace de su infalibilidad o su omnipotencia. Que tus errores no son irreparables por duro que sea el castigo siempre que demuestres a tu Amo que puede confiar en ti. Que el coraje de entregarte como sumisa te hace inmensamente valiosa a los ojos de tu Amo y a los de cualquiera que aprecie la personalidad, la inteligencia, la complejidad y contradicciones a que haces frente y que te enriquecen. Que tu Amo también duda, también es contradictorio, también es humano, y que sin embargo siempre puedes confiar en que te guie, te eduque con mano firme y te proteja.
Has estado mucho tiempo sola, gatita. Es normal que huelas bien en la distancia a los extraños antes de acercarte a husmear la palma de su mano. Cuando su aroma te sea familiar y agradable, su voz tranquilizadora, cuando sientas el deseo de notar, tibias, las manos de tu Amo en tu lomo, acariciándolo y tomando posesión de ti… Cuando eso ocurra, Aisha, debes acercarte despacito pero con la cabeza bien alta, con seguridad y aplomo, y ronronear entre sus piernas pidiéndole ser suya.
Las partes más importantes de tu personalidad como sumisa sólo se desarrollarán a lo largo del tiempo y de tus conversaciones con tu Amo y contigo misma en un proceso de realimentación inevitable que sienta las bases mismas de tu domesticación.
En cuanto al contenido concreto de tus primeras lecciones, sin embargo, he querido que sea tu primera tarea reflexionar sobre ello. Poner tu fantasía al servicio de tus deseos para crecer a medida que abres tu alma y tus deseos a la mirada curiosa de tu Amo. Escribirás esas escenas hasta que considere que estás preparada para dar el siguiente paso, y espero que seas diligente y les dediques el esfuerzo que merecen.
¿Qué es, pues, este regalo? Puede ser muchas cosas a la vez; Un terrón de azúcar como anticipo de una recompensa mayor. Una penúltima advertencia si aún no te has dado cuenta de que has sido una incauta llegando hasta aquí. ¿Una promesa de futuro?
No voy a ponértelo tan fácil, gatita. Parte de tu educación consistirá en demostrarme que eres tan inteligente y despierta como creo que eres. Sé que lo harás bien. Pronto veremos qué crees que significa esta pequeña escena que, en un presente atemporal que espero sin embargo que esté cercano.
Ya casi es difícil entender qué eras antes de ser mía. Pocas semanas y parece lejana cualquiera de las ideas que dabas por sentadas antes de comenzar tu educación. ¿Cómo es posible? ¿Cómo has llegado a estar deseando que tu Amo separe por fin los dedos, y comience una nueva prueba?
Estás arrodillada sobre una alfombra de dibujos geométricos. La mesa de madera que suele ocuparla ha sido apartada a un lado, y sobre ella descansan algunos objetos ya familiares para ti en el uso cotidiano que de ti hace tu Amo. Algún otro es menos habitual de significado incierto. Estás acostumbrada a verlos entrar y salir de la colección sin que eso signifique que por fin serás estrenada en su uso, aumentando tu ansiedad por desconocer si serán utilizados alguna vez, o cuando. Y la caja.
Una caja sencilla, sin nada de especial. Una caja inocente con una interrogación en la tapa. Una caja que se ríe de ti desde su simplicidad de cartón y papel. Una caja que te dice: no necesito ser de madera vieja de caoba, no necesito grabados que me recorran, no necesito una llave: puedo hacerte estremecer sin más que la duda oculta en mi interior. La caja casi nunca se abre, pero siempre está ahí. De hecho, la caja sólo se ha abierto dos veces, pero tratas de alejar de tu mente esos recuerdos. No puedes permitirte distracciones que te hagan perder la concentración y fallar a tu Amo.
Estás arrodillada, sí. Y desnuda. Estás en posición de espera; de ella sólo has aprendido el nombre. En tu primer encuentro con tu Amo fue evidente para ti que era la única forma de expresar plenamente tu humilde disposición a obedecerle. Las manos atrás, bajando a lo largo de tu espalda, con las palmas algo abiertas y relajadas, la espalda erguida, altiva, con tus senos demostrando su belleza y tu orgullo por ofrecer tu cuerpo, la vista sin embargo baja, la barbilla apoyada en tu pecho, todos tus sentidos alerta pero sin mirar a los ojos de tu Amo hasta que él se dirija a ti en esos términos.
Ahora sólo ves sus dedos. No podrías perderlos de vista. Deseas que se apresure, sentir por fin el primer mordisco… Pero sabes que no lo hará.
La prueba parece fácil. Las reglas son sencillas, quizá demasiado. Puede que eso sea lo más inquietante, es demasiado fácil. Tu Amo ha decidido que dejes de fumar, pero el esfuerzo de voluntad no basta.
“Voy a grabarlo en tu mente, zorrita. Cada vez que lleves un cigarro a tus labios recordarás esta tarde y te sentirás culpable por estar a punto de decepcionar a tu Amo. Devolverás el cigarrillo con un “gracias, lo he dejado”, y una sonrisa, y pensarás en si no merece acaso tu Amo que le obedezcas también cuando no está mirando.” Esas fueron sus palabras.
Para conseguir eso, tan sólo tienes que sostener un cigarrillo entre tus labios durante la sesión. Nada más. No puedes dejarlo caer en más de tres ocasiones, o de lo contrario…
La pinza se cierra por fin. Sientes una pequeña mordedura en tu pezón. Duele ligeramente, pero sabes que el placer llegará en cuanto tu mente libere las endorfinas que ya está sintetizando. Una segunda pinza, una tercera y luego otras tres en tu pecho derecho. De un pecho a otro, una cuerda cuya función aún no alcanzas a adivinar. Esperas que sea sólo decorativa.
Esas son las normas, zorrita. Nada más. Tu Amo va a usar su juguete, tu Amo va a follarse su juguete, tu Amo hará de ti lo que quiera, y tu sólo tienes q mantenerte quietecita, ser una gatita buena y mantener este cigarro entre tus labios. Deberías estar agradecida, Aisha, te lo pongo muy fácil, ¿no es cierto?
Asientes levemente con la cabeza (en realidad se trata de juntar aún más tu barbilla a tu pecho, hacerla descender sin alzar los ojos), puesto que no estás segura de si estás autorizada a hablar. Mejor no correr riesgos innecesarios aun cuando desees dar las gracias a tu Amo por tomarse tantas molestias por tu bienestar.
Las seis pinzas están en su lugar y poco a poco notas como te acostumbras a su presencia. Tu Amo comprueba con suavidad que todas están firmemente ancladas en tu carne, y tira levemente de la cuerda q las une haciendo estirarse tus pezones. Por fin, con movimientos lentos, alcanza tu bolso sobre el pequeño sillón rojo q ocupa una esquina de la habitación y saca de él un paquete de cigarrillos.
A partir de hoy no necesitarás esto, gatita. Voy a sacar tres cigarrillos, tus tres últimos cigarrillos. Ya sabes que bajo ningún concepto debes separar los labios y dejarlos caer. Si el cigarrillo que tu Amo ha puesto en tu boca toca el suelo, serás castigada.
Si rompes el cigarrillo, putita, serás castigada. Intenta alejar la tentación de apretarlo entre tus dientes si no puedes ahogar algún gemido, puede que no lo vea en ese momento, pero te arriesgas a romper el filtro. Es un juego peligroso, porque quién sabe si podrás sujetarlo entre tus dientes sin que de repente tu Amo haga algo que te haga cerrarlos fuertemente…
Coloco el primer cigarrillo en tus labios secos por los nervios. Acompaño el gesto con una caricia en tu mejilla, breve y suave con el dorso de los dedos; luego se deslizan hacia tu cuello, mi palma en tu mentón, y mi pulgar recorriendo tu pómulo desde tus ojos asustados a la comisura de tus labios…
Y no lo ves venir. Con un solo movimiento de muñeca la caricia se ha transformado en una bofetada. Has vuelto la cara a un lado y hacia abajo, en parte por el impulso, en parte por el reflejo de alejarte del golpe. Si al menos tu Amo hubiera avisado, podrías haberte mantenido firme y con dignidad, pero te ha sorprendido y estás furiosa contigo misma por no estar más atenta cuando has sido advertida expresamente. Era una caricia tan dulce en la piel, todo parecía tranquilo, y… Evalúas la situación: tu mejilla izquierda pica ligeramente y ha enrojecido, pero en realidad en todo tu rostro se refleja el rubor por lo humillante de tu falta. No te atreves a alzar la vista, pero has visto antes la sonrisa que imaginas en el rostro de tu Amo, mezcla de diversión, cariño y dureza, la que se le dibuja cuando sabe que piensas a toda velocidad y tratas de aprender algo. ¿Y… dónde está el cigarrillo? No, no, no puede ser…
Un cigarrillo solitario te acusa desde tu rodilla derecha. Has debido soltar un suspiro de sorpresa (“¡no puede haber sido más de un suspiro, ni siquiera lo he oído!”) al recibir la bofetada y lo has dejado caer. “Dios, el primer fallo y no he hecho más que empezar. Esto no va del todo bien.”
¿Ya has olvidado las normas, Aisha? ¿Cuánto ha durado en tus labios? ¿Quince segundos? Te he dicho que estés muy atenta y en lugar de eso has alzado los ojos para mirarme, has empezado a sonreír, quizá ni siquiera te has dado cuenta, y has olvidado mis órdenes. Dime…
¿Qué voy a hacer contigo? – Mientras tanto, el segundo cigarrillo llega a tus labios.
Tras unos segundos de silencio, vuelves a sentir las caricias en tu rostro, y como van bajando por tu cuello, tu clavícula, hasta tus pechos… Una pequeña presión en cada una de las seis pinzas que te hace recordar muy bien dónde han mordido tu piel, y un golpe seco y rápido en cada pecho que los hace erguirse aún más orgullosos. Tras ellos, un pequeño peso sujeto a un arnés diminuto, que suspendo de la cuerda que une tus pezones, tensándola.
Esto hará que estés más atenta, Aisha. No puedo ser yo siempre el que tire de tu correa… Dejemos que la gravedad haga su trabajo, ¿no te parece?
Mis manos en tus hombros te guían mientras cambias de posición. Gateas brevemente hasta el sofá, donde tu Amo se sienta, y te inclinas sobre sus rodillas levantando tus nalgas y dejando la cabeza caer. Tienes que echarte un poco más hacia delante de lo que sueles hacerlo, porque las pinzas se interponen entre tu piel y la de tu Amo, y temes dañarle, y al hacerlo el peso vuelve a caer y sientes una intensa punzada de dolor en ambos pezones… Realmente las pinzas empiezan a decirte que no debes olvidarte de ellas.
Con los ojos cerrados, disfrutas de las caricias de tu Amo por tu espalda, tu pelo.. De sus manos tibias en tus caderas, bajando por tus muslos, subiendo hasta tus nalgas, y suspiras entre dientes sin soltar el cigarrillo cuando sus dedos comprueban la calidez de tus muslos empapados, se asoman casi a los labios de tu coño, y no te atreves a moverte para ir a su encuentro, pero no hay nada que desees más…
Hay una sensación nueva. Es algo más áspera, aunque no fría. Notas madera contra tu piel, una textura inconfundible, una superficie ovalada que recorre tus nalgas. Se detiene, y hace presión, justo en la deliciosa línea que separa tus muslos de tus nalgas. Se detiene durante unos segundos eternos y contienes la respiración. Y se separa y golpea.
En ésta ocasión estás preparada. Recibes los azotes con agradecimiento, y escuchas las palabras de aliento y de admiración de tu Amo mientras observa como aguantas estoicamente y tus nalgas van enrojeciendo. Primero la derecha, con un marcado tono rosa en forma de corazón que siento ganas de morder, luego la izquierda, y luego dos corazones más de rubor en tus muslos.
Las sensaciones son ya muy intensas y casi has olvidado por qué no puedes emitir más que gemidos ahogados, aunque tratas de concentrarte en la única tarea que realmente se te ha asignado. Los azotes siguen a un ritmo casi uniforme, a veces en grupos de tres, de cinco, marcando compases, marcando silencios, como una melodía que te empieza a transformar a medida que las endorfinas inundan tu cerebro y te dejas llevar…
Algo redondo y suave ha entrado sin avisar en tu coño, de una vez, hasta el final, y has vuelto a gritar. No sabes donde ha acabado el cigarrillo, ni te importa. El orgasmo ha sido profundo, inesperado, y no puedes pensar en nada más por un segundo. Tus piernas tiemblan, el picor de tus nalgas es otra fuente de placer, el objeto en tus entrañas te hace estremecer y sabes que si no estuvieras tumbada sobre mis rodillas caerías al suelo para dejarte llevar…
Espero que lo hayas disfrutado, gatita… Has dejado caer el segundo cigarrillo. Al menos, que haya merecido la pena, porque sólo se te permite dejarlo caer tres veces. Te queda una, y después… Después no sabemos lo que pasará. Yo también me guardo algunos ases en la manga, y además, gatita, te aprecio mucho: no quiero dejarte sin sorpresas.
Tras unos segundos, tratas de recomponerte. Es difícil con las manos atadas a la espalda; eres consciente de tu pelo revuelto, del sudor que pega el flequillo a tu frente y hace que brille toda tu piel. De lo que no te das cuenta es de tu propia belleza. Del placer atemporal que siento al verte, fuerte y orgullosa, en esa actitud de entrega y confianza. Es la misma ternura que se siente contemplando a una mujer dormida, o a un niño; la misma paz, el mismo deseo irrefrenable de guiarte y protegerte. La sensación, al fin, que hace que yo te pertenezca en la misma medida en que tú me perteneces a mí.
Me acerco a ti, te acaricio el pelo, y tiro hacia atrás de tu pelo y te miro directamente a los ojos mientras me acerco lentamente, y beso el pequeño lunar junto a tu labio superior, y acaricio la punta de tu lengua, apenas asomada, con dulzura.
Coloco con cariño el tercer cigarrillo en tu boca, justo donde segundos antes sentías mi aliento, y te indico con un leve gesto de mi dedo en tu barbilla que eleves la vista, y sostengas mi mirada mientras te hablo.
Nadie te ha autorizado a tener un orgasmo, gatita. ¿No te parece egoísta e ilegítimo apropiarte de él sin permiso? No contestes, no te he dicho que hables. Sé que no era tu intención desobedecer, pero también se puede ser traviesa por omisión, y tú eres propensa a las faltas de atención.
No me gusta castigarte cuando no tienes la culpa de tus errores. Al fin y al cabo, ¿no serías también merecedora de castigo si no te corrieras cuando tu Amo te acaricia y te lleva al orgasmo? ¿Cuando te atraviesa y te anima con sus manos a disfrutar?
Recordarás, gatita, lo que nos ocurrió hace unas semanas, cuando acabábamos de encontrarnos. Entonces huiste, no en una sino en varias ocasiones. Estabas asustada, perdida, y el camino a recorrer, desconocido, ante tus pies, se te antojaba oscuro y lleno de peligros. Por mi parte, verte así, enfrentada a ese momento, sin poder ayudarte más que con mi silencio, resultó doloroso pero necesario. Sin esas semanas para reflexionar, para coger la perspectiva suficiente y darte cuenta de cuán hondo es lo que la ocasión exige de ti, no podrías dar un paso necesario.
Ahora, sin embargo, no es momento para las dudas. Ha llegado la hora de la fe, de la confianza, de la verdadera rendición, aquella en la que no se cede nada, sino que se restituye a su verdadero dueño lo que es por derecho suyo.
Sé que te da vueltas la cabeza, gatita… También sé que, en el fondo, tienes claro lo que debes hacer; que entiendes que no hay un solo castigo sin razón, que no hay un solo momento en tu educación que sea un momento perdido, y que hasta en aquellos en que te sientas frustrada, en que te sientas furiosa, asustada, perdida, o descorazonada… Incluso en ellos, cuando estás deseando sacar las uñas, sentirás que hay un vínculo mucho más fuerte conmigo que todo eso, y que te mueve y te ata más allá de lo que imaginas hoy. Así pues… Hazlo.
Veo en tus ojos un brillo de comprensión, y la emoción de saber que has adivinado lo que tu Amo espera de ti, y que vas a hacerlo orgullosa de ti misma… Lentamente te inclinas mirándome a los ojos con dulzura hasta bajarlos, llegar con tu barbilla a la alfombra y depositar muy suavemente tu tercer cigarrillo en el suelo, a mis pies…. Aceptando de buen grado el pago debido.
Bravo, Ari. Has hecho lo que debías, y has saldado tu deuda. Aunque te haya costado
tu último “comodín”. No puedes dejar caer el cigarro ni una vez más. Al fin y al cabo, tú fumas,
¿no? ¿Cómo es posible que te resulte tan complicado mantenerlos en tu boca?
Tienes el rostro alzado, conoces mis tonos de voz, no quieres perderte mi sonrisa, y sonríes conmigo por lo tonto de la broma. Se crea un momento diferente, un instante del placer de compartir un comentario simplemente jocoso, al margen de lo que está ocurriendo, y de lo que te espera.
Inmediatamente te agarro del pelo y te obligo a levantarte. Lo haces con cierta dificultad. Las rodillas te duelen, los pezones aunque adormecidos te recuerdan la carga que soportan, tu cuerpo estaba ya adaptado a la postura. Te beso con suavidad y recorro tu cuerpo con mis manos, para acabar deteniéndome en tus pechos. Juego don las yemas de mi dedo en la base, tiro con suavidad de la cuerda, doy mil rodeos, pero los trato con dulzura. Un beso más profundo te hace cerrar muy fuertemente los ojos y dejarte llevar cuando quito la primera pinza. El dolor es muy intenso. Incomprensiblemente, te duele mucho más al retirarse. Tu piel liberada grita su presencia inundando tu cabeza con el fogonazo de las agujas que parecen atravesarte. Las otras cinco pinzas que le siguen no son mejores y pronto estás casi a punto de llorar, sin atreverte a implorar que tu Amo calme tus pezones o los tome en su boca para paliar esos segundos… Sin embargo, es lo que hace, y te invade el agradecimiento al sentir su humedad, su calor, la presión de sus labios en ellos que mitiga tu dolor…
Está siendo muy dulce contigo y te lleva suavemente al sofá. Te tumba sobre él con tu cabeza en sus rodillas, boca arriba y juega por tus costillas, tus pechos ya liberados y algo más calmados, aunque con las marcas de lo que les ha ocurrido. Te sientes mucho más relajada, y cuando comienza a hacerte cosquillas estás a punto de dejarte ir en una carcajada, y con ella, el cigarrillo, pero lo retengo, prevenido, en tu boca… “Tengo otros planes para ti, gatita”.
A continuación te coloco a cuatro patas en el sofá, de cara a la pared, a la altura justa que sabes que me gusta. Inmediatamente buscas la forma de elevar tu coñito para ofrecérselo a tu Amo, que te premia con suaves azotes en tus nalgas aún ligeramente enrojecidas… Escuchas el sonido de ropa lanzada al sillón rojo de la esquina y bajas aún más la cabeza, enterrándola en el cojín, anhelando recibirme.
No tardas mucho en notar las suaves caricias en los labios mayores de tu coñito, mi otra mano en tu pelo y tus hombros, preparándote, el glande separándolos suavemente, lubricándose en tus siempre abundantes flujos. Sabes que estás chorreando, sabes que a tu Amo le encanta, y estás orgullosa de estar siempre preparada para que te folle, de que en los pocos segundos que pueda tardar en bajarte las bragas tu cuerpo le reciba ya con tanta calidez.
Mientras estás perdida en estos pensamientos, casi no has notado la mano de tu Amo enredando y haciendo un lazo con tu pelo. Tira fuertemente de él, y eso te hace gritar de nuevo y arquear la espalda, todo ha ocurrido muy deprisa y ahora un dolor desconocido te atraviesa como una descarga eléctrica que llega hasta tus ojos, de los que caen gruesas lágrimas. El cigarrillo ha salido despedido, has fallado en tu tarea, pero nada de eso importa…
Sólo esperas que lo que acaba de romper tu culito virgen… No sea sólo la cabeza.
Esto es todo por hoy.
Esperamos que os haya gustado.
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