Sus ojos color avellana, el pelo negro, liso revoltoso sobre sus hombros. Mi vista se pierde por los vuelos y estampados de su vestido de verano. Preciosas sandalias, la esclava de su tobillo danzaba de un lado a otro; sus hombros, su maravillosa nuca.
Levantas la vista, nuestras miradas se cruzan y siento como esbozas una ligera sonrisa. Mis ojos te persiguen como perros de presa, esquivan transeúntes y si fuera necesario, los atraviesan. Cuanto te alcanzan, aferran tus tobillos con fuerza, ascienden recreándose por tus piernas al delicioso compás que impone tu cadera. Sin prisa, juegan al gato y al ratón con la pequeña cadena que continua dando vueltas presumiendo en su particular tiovivo. Se empapan en los transparentes pliegues del vestido. Atrevidos, buscan cualquier resquicio para continuar jugando a creer que en vez de mis ojos son mis labios los que recorren tu piel.
Mis ávidas pupilas clavan sus uñas en tus nalgas, dejando su huella marcada mientras ascienden acariciando tu espalda. Descansan un momento debajo del pelo, reposando plácidamente sobre tu cuello. Ruedan por tus hombros, muerden con ganas los pequeños tirantes que salen a su encuentro. Pierden el equilibrio, a trompicones lamen tus brazos; en un último intento desesperado se abren camino a través de la palma de tu mano, rozando suavemente la yema de tus dedos.
El juego se congela, te detienes un instante, giras un poco la cabeza y ahora son tus ojos los que me atraviesan. Mi corazón se desboca pidiendo a gritos un poco de tregua. – Joder, eres preciosa. – , pienso mientras tu sonrisa ilumina todo lo que te rodea. Sin previo aviso, un crujido ensordecedor y el cielo se resquebraja. Como suele suceder en verano, con toda su furia una tormenta estalla. Al instante, un relámpago seguido de un trueno deshacen la tranquilidad de la tarde. El suelo vibra, los cristales se estremecen. Ha caído muy cerca del centro comercial en donde mi vista te desnuda a cada paso que das.
Tan pronto las luces se apagan, las de emergencia comienzan a funcionar. La lluvia azota con ganas, pudiéndose notar como repiquetea en cada cristal. Avanzo entre el gentío, perdiéndote en la oscuridad. – Ya es mala suerte que… -, mis pensamientos se interrumpen al notar un cálido contacto, una suave mano que me atrapa. Mi corazón se detiene dulcemente al sentir como tus dedos se entrelazan con los míos. Me conduces a un lugar apartado. El sonido de un pomo al girar me indica que has abierto una puerta que conduce a un pasillo prácticamente consumido por las tinieblas.
Te detienes, sin darte la vuelta, atrapas la única mano que aún permanece libre. No nos movemos, me convierto en un prisionero entre tus dedos. Nuestras manos descansan sobre tu abdomen. Doy un paso más, tan cerca que mi aliento aparta mechones de tu pelo. No me atrevo a nada más. Siento tu respiración, tu pecho sube y baja al mismo ritmo que mi corazón trepa desbocado por mi garganta. Los latidos se congelan en el mismo instante que mis labios rozan tus hombros. Tus manos me aprietan y me quedo petrificado a escasos milímetros de tu piel; saciándome con tu perfume.
Te revuelves ligeramente, obligándome a rodearte por completo con mis brazos. Estas van a ser las reglas del juego: mis manos posadas sobre las tuyas, sin ni siquiera rozarte, deseo en estado puro, llevándome al límite que me separa de tu cuerpo.
Nuestras respiraciones se esparcen por el pasillo, al coro se une el leve siseo de tu vestido cuando las caricias se deslizan por tu cadera, despacio, sin ningún tipo de prisa. En la penumbra percibo como tus ojos se cierran y en tus labios se dibuja una sonrisa medio abierta. Me guías por tu abdomen, olas de tela se forman con el único propósito de impedir nuestro avance. Las caricias se mezclan, se detienen, describen ligeras espirales que bordean tu ombligo. Buscas el comienzo de tus sedosas piernas. Me desespero por no ser yo quien lleve las riendas de este juego, me callo, asumiendo que mis sentidos se colmen con sus sueños.
Sin darme ni un segundo, buscas la cara interna de tus muslos, con una lentitud digna del mejor de los asedios. Tu vestido se retuerce con docenas de pequeños remolinos, desiste y nos deja libre el camino. Tus manos se separan, una de ellas asciende de nuevo por tus cadera. No permites que mis manos rocen tu piel pero noto el deseo fluir por cada poro de tu cuerpo.
Tu mano derecha ya ha esperado su tiempo, juguetona busca el camino más largo hacia tu ingle. Consigue encontrar un hueco entre los elásticos bordados de tu ropa interior y, al apartar la pequeña prenda, un acogedor calor nos da la bienvenida a los dos. Mientras, tu mano izquierda descansa apacible sobre uno de tus pechos. Ambos reciben su dosis de caricias, salvo por pequeños arrebatos que arrancan gemidos de tus labios. Tus deliciosos pezones están dando buena cuenta de tus roces.
Acostumbrados ya al calor sobrepasas el monte de venus. Imagino como tus dedos arrullan tu sexo. Los míos han de conformarse con alguna caricia robada, pues ahora mismo mi mano es prisionera entre tus muslos de terciopelo. Me firmas un salvoconducto cuando resuelves que ha llegado el momento de sumergir el dedo corazón en tu sexo. Suspiras hondo y yo me consumo por dentro. No nos movemos. Aferras sin miramientos tus pecho cuando inicias el baile sobre tu propio cuerpo. Al tiempo, mis labios desesperados recorren tus hombros, rozándolos, saboreándolos con pequeños besos.
Entreabres un poco más las piernas, aumentando de manera sutil el ritmo de tus caricias internas, tu preciado néctar se desliza por nuestras manos. La temperatura aumenta, mi dedo corazón guiado por el tuyo retiene cada momento que pasa entre los pliegues de tu sexo. El resto de dedos aprietan y abrazan, montando una placentera guardia alrededor de tu vulva. Tus suspiros se tornan en gemidos contenidos, recuestas la cabeza sobre mis hombros, cada milímetro de tu piel no tarda en ser devorado por mis labios.
Tu cuerpo tiembla, se estremece, tu sexo se contrae de puro placer. Recreándote en los últimos momentos, permanecemos unos instantes, deliciosamente eternos, sumergidos en tu cuerpo. Las respiraciones se van calmando. Tus manos se retiran y me obligas a abrazarte de nuevo. El tiempo transcurre sin decirnos una sola palabra, mis brazos estrechan tu cuerpo; con una sonrisa tuya me robas el aliento, inundándome con el aroma que desprende tu cuerpo.
Halagada, acomodas tu ropa, das un paso y te separas. Girando sobre ti misma, cara a cara nuestras manos van ganando distancia. Me ofreces tus labios y nos fundimos en un intenso beso, nuestras lenguas no pierden un sólo momento. Te abrazo, una mirada cargada de deseo. Te apartas y mi corazón te sigue como si de un perro fiel se tratara.
Suspiro, introduzco las manos en los bolsillos. No sé ni cómo ni cuándo lo has hecho, saco un trozo de papel. Lo abro y, justo cuando escucho la puerta cerrarse a mis espaldas; consigo leer tu nombre y un número de teléfono…
Esto es todo por hoy.
Esperamos que os haya gustado.
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