Acabamos ésta semana de sissificación y feminización con un relato divertido.
Conocí a Roberto en un boliche gay. El tenía unos 40 años, pero se notaba que hacía mucha actividad física, y tenía un cuerpo bien trabajado, que me resultó atractivo desde el primer momento. Yo tenía 17 años, y todavía tenía dudas sobre mis preferencias sexuales, ya que a esa edad había tenido experiencias sexuales con una chica y con un chico. Roberto, me invitó a tomar algo, me contó cosas suyas, me preguntó por mi vida, y la pasamos muy bien conversando sobre distintos temas. En un momento de la charla, me preguntó si yo tenía alguna fantasía. Le dije que no, y le pregunté si él tenía alguna. Me contó que tenía la fantasía de feminizar a un adolescente de mi edad, y convertirlo en su amante. Creo que me sonrojé en ese momento, y Roberto lo debe haber notado, porque cambió de tema. Más tarde nos despedimos, y me pidió el teléfono. Yo preferí darle mi dirección de correo electrónico, ya que vivía con mis padres y no quería que ellos atiendan el llamado.
Al día siguiente recibí el primer mensaje de email de Roberto. El título decía «Me gustaría verte así», y su contenido era una selección de fotos que él había bajado de internet. Comencé a mirar las fotos con curiosidad. Eran jóvenes de entre 15 y 20 años, de apariencia andrógina (sus rostros tenían facciones femeninas, sus cuerpos delgados y sin vello, el pelo largo, los senos pequeños, la cadera más ancha que la cintura, cuando el pene estaba visible era pequeño y flácido). Estaban vestidos de mujer, a veces sólo con ropa interior simple pero de aspecto muy femenino (color rosa, o floreado), o con lencería erótica (babydolls transparentes, medias con portaligas, tangas, guantes de encaje, corsés ajustados). Otras veces vestían una blusa y pollera corta (como si fueran colegialas o secretarias), o un vestido sensual y zapatos de taco alto. Tenían la cara maquillada (labios rojos, mejillas rosadas, pestañas bien marcadas, cejas finas), y las uñas de manos y pies pintadas de rojo o rosa. Sus penes, cuando resultaban visibles, eran pequeños y flácidos, y en algunos casos usaban una especie de aparato de castidad pequeño, de un plástico transparente, que impedía la erección. Estaban fotografiados en poses femeninas, algunas más tímidas (arrodilladas, mirando hacia arriba, con gesto de sumisión, poniendo cara infantil), y otras más provocativas (en cuatro patas, arqueando la espalda, sacando la cola y separando las nalgas con las manos, como si se ofrecieran para una penetración). Me excité mucho al imaginarme a mí mismo en esa situación. Le respondí el mensaje, contándole todo lo que había sentido al mirar las fotos.
El título del segundo mensaje decía «Quiero que hagas estas cosas conmigo». También eran fotos de jóvenes de apariencia femenina, vestidos con lencería femenina, pero en cada foto estaban interactuando con uno o varios hombres. El contraste entre los cuerpos viriles de los hombres (musculosos, vello en el cuerpo, hombros amplios, penes gruesos y erectos) hacía aún más evidente la femineidad de los jóvenes. En algunas fotos, los jóvenes estaban arrodillados ofreciendo sexo oral a un hombre, con cara de placer y deseo. En otras, estaban siendo penetrados por un hombre en alguna de varias posiciones (en cuatro patas, inclinándose sobre una mesa o sillón, boca arriba en una cama con las piernas abiertas y levantadas). En algunos casos, hacían ambas cosas simultáneamente, con dos o más hombres. A veces las fotos mostraban lo que parecía ser una fase previa, en la cual el joven afeminado recibía caricias románticas, o una fase posterior, en la cual el joven afeminado tenía restos de semen en las nalgas, la boca, el abdomen, o la bombacha. A veces el joven afeminado tenía las manos atadas o esposadas en la espalda, o los pies y manos atados a la cabecera de la cama, o una mordaza en la boca. Esta vez, las fotos me excitaron tanto que empecé a masturbarme, imaginando que era yo quien estaba vestido de mujer, siendo penetrado por un hombre, recibiendo el semen en mi cola o en mi boca. Le escribí a Roberto lo que me había pasado. Me respondió: «Me alegra que te hayan gustado las fotos. Te invito a tomar un café. Llámame a mi celular». Yo sentí una mezcla de deseo y temor. Llamé a su celular, y me propuso encontrarnos en un bar de Palermo. Cuando llegué, él ya estaba en una mesa, y me saludó.
-Qué bueno que viniste. Estuve pensando mucho en vos estos días. ¿Así que te gustaron las fotos?
-Sí, me gustaron mucho.
-¿Y te gustaría hacer esas cosas conmigo?
-No sé, me daría un poco de vergüenza.
-Me gusta mucho tu timidez, pero no hay razón para que sientas vergüenza. No tiene nada de vergonzoso que puedas conectarte con tu propia parte femenina. Creo que podrías transformarte en una hermosa niña, y yo podría ayudarte, si me dejas.
-¿Cómo me ayudarías?
-Como si fuese tu maestro. Yo te propongo tareas, y después evalúo cómo las haces. Si aprendiste bien, te doy un regalo que a vos te guste.
-¿Y si no me sale bien?
-En ese caso, cambiaríamos la tarea por otra. ¿Te parece bien?
-Está bien.
-Seguro que te verías muy bien como nena. ¿Ya tienes un nombre femenino?
-No…
-Entonces tenemos que buscar uno. ¿Qué nombres te gustan?
-Déjame pensar… Me gustan varios: Paula, Laura, Natalia…
-Creo que Natalia te quedaría bien. ¿Te puedo llamar Natty?
-Bueno.
Seguimos conversando un rato, y luego nos despedimos. Los días siguientes me envió por email varias direcciones de la web para que las mire, y algunos textos para leer. Así me enteré de los nombres que se utilizan en inglés: «sissy» (diminutivo de «sister», que significa hermana) es el nombre de los chicos que tienen rasgos físicos y de personalidad más femeninos que masculinos (son tímidos, de modales delicados, pasivos, sumisos, temerosos), y «sissification» es el proceso gradual de feminización de un chico. Los otros textos daban recomendaciones sobre diversos temas de la feminización: cómo maquillarse, cómo ocultar los genitales, cómo elegir la ropa femenina, cómo combinar los accesorios (pulseras, aros, collares), cómo mantener la silueta, cómo lograr una apariencia femenina (estrechar la cintura, agrandar senos y cadera), cómo usar tacos altos, cómo feminizar los gestos y la voz, cómo usar corsés.
Otras recomendaciones eran específicamente sexuales: cómo excitar a un hombre, cómo chupar una verga, cómo prepararse para el sexo anal, cómo tener orgasmos por estimulación anal. Los estuve leyendo, imaginando en detalle cada propuesta. Una noche, llamé a Roberto por teléfono. Le dije que extrañaba escuchar su voz, me dijo que él también me extrañaba. Estuvimos conversando un rato sobre distintos temas. Me dijo que tenía muchas ganas de verme, y me invitó a conocer su departamento el fin de semana. El sábado les di una excusa a mis padres, y fui temprano a su departamento. Sentía una mezcla de ansiedad y excitación. Toqué el portero eléctrico, me dijo que pase. Subí en ascensor hasta su departamento. Roberto abrió y me saludó sonriendo. Pasamos al living, que era bastante grande. El ambiente me pareció cálido y acogedor. Estaba bien iluminado por una ventana que daba a un balcón. Tenía varios sillones. Desde el living se podía ingresar a la cocina, el dormitorio y el baño.
-Estuviste leyendo lo que te envié?
-Sí.
-Bárbaro. Tengo algunos regalos para vos. Me gustaría que pases al baño y te prepares para mí. En el baño vas a encontrar elementos para depilarte y maquillarte. También vas a encontrar ropa para vestirte. Y me gustaría mucho que te pongas esto. Me dio un aparato de castidad, similar a los que se veían en las fotos que me había enviado. Era transparente, con la forma de un pequeño pene flácido.
-Pero si me lo pongo, no voy a poder tocarme…
-No, pero vas a poder concentrarte en otras sensaciones. Me excitaría mucho ver cómo te queda. Hazlo por mí. Póntelo y fíjate cómo te resulta.
-Bueno, está bien.
Entré en el baño, con una mezcla de excitación, ansiedad, vergüenza, y deseo…
Esto es todo por hoy.
Esperamos que os haya gustado.
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