Le había querido con locura, de hecho, quizás aún hoy sea el chico al que más he querido. Pero hay amores que son imposibles y este era uno de ellos. El tiempo acabó por borrar mis sentimientos y por demostrar que aquella relación no hubiese llegado a ninguna parte, por más que yo hubiese querido. A pesar del amor no correspondido, la complicidad y la química existente entre los dos era más que evidente y acabó materializándose en horas y horas en su cama, descubriendo y re-descubriendo todos los rincones de nuestro cuerpo hasta morirnos de placer y acabar extenuados, sin apenas poder respirar. Hacía medio año que habíamos perdido el contacto, ya se sabe que es difícil mantener la amistad cuando mezclas también amor y sexo, cuando recibí una llamada inesperada. No esperaba oír su voz cuando descolgué y, al oírlo saludarme como si nada hubiera pasado, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Recordé cuando me susurraba cualquier cosa o cuando respiraba cerca de mi oreja y a mi se me ponía la piel de gallina. Esa sensación reapareció solo por el hecho de recordarla.
No hablamos durante mucho rato, me dijo que quería que quedáramos, ir a tomar un café, volver a ser amigos. Parecía dolido por haber perdido el contacto, parecía arrepentido, pero a mi todo eso ya no me interesaba. En ese momento sabía perfectamente lo que quería de él: una última vez juntos, por los viejos tiempos…
Quedamos en un bar céntrico al que habíamos ido varias veces cuando éramos amigos. Una hora antes de la cita empecé a prepararme, sola, en casa. Después de una ducha rápida, una visita al armario. Opté por el conjunto de ropa interior más sexy que tenía: un tanga muy fino, rojo, con transparencias y su correspondiente sujetador, también rojo, de encaje, de aquellos que te hacen un escote de vértigo. Un vestido ajustado, negro y corto, y unos zapatos de tacón completaban el conjunto. El pelo recogido, dejando al descubierto el cuello, ese que tanto le gustaba morder. Cuando llegué él ya estaba; no pudo disimular su sorpresa al verme vestida de aquella manera. Por un momento fue como si el tiempo no hubiera pasado. Solo verle me entraron unas ganas locas de arrancarle la ropa y hacerle el amor salvajemente sobre aquella mesa de bar, delante de todo el mundo. No me quise precipitar y le recibí con dos besos; al separarnos nuestros labios se tocaron muy suavemente y fue como si un flujo de electricidad pasara entre los dos.
Después de unos minutos de conversación, poniéndonos al día de nuestras vidas, decidí pasar a la acción: no me interesaba lo que me pudiera explicar, solo lo que me pudiera hacer y todo lo que yo tenía ganas de hacerle. Empecé acariciándole suavemente la pierna por debajo de la mesa; al principio de mostró sorprendido pero no tardo en dejarse hacer. Subí la mano hasta llegar a la entrepierna. Mientras lo hacía le seguía hablando, explicándole todas las tonterías de mi vida que se
me pasaban por la cabeza, con mi mejor cara de inocencia, como si no estuviera haciendo nada. Era más que evidente que el ya no escuchaba nada de lo que yo le decía; concentraba todos sus esfuerzos en un vano intento de disimular la excitación, cada vez mayor, que sentía. Podía notar a
través de su pantalón vaquero que se estaba poniendo a mil y por eso decidí ir un paso más allá, desabrochándole el primer botón del pantalón y deslizando la mano por dentro de sus calzoncillos, lentamente. Él, quizá no acostumbrado al morbo de los sitios públicos, me cogió de la muñeca para que parara. Me deshice de su mano sin problemas y seguí con mi propósito, mirándole con cara de malicia.
Notar su erección en mi mano me puso aún más caliente de lo que ya estaba; empecé a acariciarle suavemente mientras le miraba fijamente a los ojos. En un susurro le propuse una visita rápida a los baños de aquel bar lleno de gente. No parecía muy convencido pero yo me levanté y me dirigí hacia allí, moviendo las caderas sensualmente. No tardo en seguirme. Cuando cerró la puerta yo le empujé hacia el interior del baño de mujeres, hasta dejarlo sentado sobre la taza del váter. Me senté encima suyo, notando su bragueta a punto de explotar. Empecé a comerle la boca como si me fuera la vida en ello, nuestras lenguas peleaban, jugaban sin parar. Mientras le desabrochaba el pantalón empecé a darle besos en el cuello, a morderle. Él apenas podía reprimir sus gemidos; no sabia que aquello solo acababa de empezar.
Le desnudé completamente y le quedé unos segundos mirándole, que imagen tan perfecta, que cuerpo más increíble, su desnudez sobre aquel váter de un bar. Me arrodillé y empecé a darle besos en la pelvis y los muslos, haciéndole sufrir un poco. Finalmente, cogí su pene con mi mano derecha, moviéndola arriba y abajo, poco a poco. Él inclina la cabeza hacia atrás y cierra los ojos. Sin parar con la mano, empiezo con la boca. Dando vueltas con la lengua alrededor del glande él ya se vuelve loco. Me la pongo entera en la boca, moviéndome arriba y abajo, primero muy lentamente y cada vez más deprisa. Recuerdo que le miré y ver que se mordía el labio para no gritar me puso a mil.
Aumenté la velocidad hasta notar que estaba a punto de correrse. Mirándole fijamente a los ojos, me lo tragué todo. Después de vestirse me dio un beso suave en los labios y me dijo que quería devolverme el favor; le dije que ya tendríamos tiempo para todo. Salimos del baño con la sensación de que todo el mundo nos miraba; quizás había pasado demasiado rato desde que entramos. Riendo, pagamos la cuenta. Al salir, él sugirió de volver a quedar otro día. Yo no tenía ganas de esperar, así que propuse una visita a mi piso.
En el ascensor empezamos a comernos a besos y, al entrar, fuimos directos al dormitorio; su ropa no tardó en acabar en el suelo, hasta quedarse solo en ropa interior. Si que me devolvió el favor, si, y de que manera… Se pone la piel de gallina al recordarlo. De los besos salvajes en la boca pasó al cuello, me mordía hasta hacerme daño y a mi me encantaba. No tardó en quitarme el vestido, su cara delataba que el conjunto de ropa interior había tenido el efecto deseado. Dejó momentáneamente mi cuello y empezó a soplarme frenéticamente al oído, sabía que eso me ponía a mil… Al mismo tiempo me acariciaba los muslos. Me conocía tan bien que sabía lo que tenía que hacer en cada momento para calentarme más y más. Me quitó el sujetador y me empezó a acariciar los pechos, al principio delicadamente, luego ya no tanto, mientras seguía con los besos y mordiscos en el cuello. Su boca fue bajando lentamente, volviéndome loca, hasta llegar a mis pechos. Acariciaba, mordía, lamía, chupaba… y yo, simplemente, gemía de puro placer. Empezó a bajar con la boca por mi vientre, sin dejar de lamer y besar, hasta llegar a la pelvis. Mientras me besaba el interior de los muslos me empezaba a separar los labios con la mano, hasta dejar al descubierto el clítoris. En aquel momento yo ya estaba mojadísima, a mil… Me puso la lengua entre las piernas y empezó a lamer, primero los labios, luego el clítoris. Lentamente, arriba y abajo…
Se lo puso entre los labios y empezó a mover la lengua en todas direcciones. Yo gemía, gritaba, enloquecía de placer. No tardé en correrme; recuerdo que no podía respirar, necesité un buen rato para recuperarme. Mientras yo me recuperaba él estaba tumbado a mi lado, dándome besos y acariciándome suavemente. Su slip no era capaz de esconder que seguía excitado, así que volví a la acción. Me tiré encima suyo, llenándole de besos por todos sitios, deslizando mis manos por todo su cuerpo, buscando el contacto con el calor de su piel. Notar su erección contra mi me puso calentísima. Le quité lo último que llevaba puesto y me senté encima suyo, cavalgándole, lentamente, para alargarlo el máximo de tiempo posible. Cuando empecé a ir más rápido él me empezó a masturbar; su mano en mi clítoris al mismo tiempo que lo sentía dentro de mi hizo que explotara en un orgasmo increíble, casi al mismo tiempo que él se corría.
El sexo nos ocupó toda la noche, perdiendo la noción del tiempo, ni siquiera cenamos. Lo hicimos por toda la casa, cambiamos de postura decenas de veces y, cuando parecía que ya no podíamos más, uno de los dos se iba a abalanzar sobre el otro. Nunca había vivido nada parecido y, al final, aquella última vez por los viejos tiempos aún dura, demostrando así que lo imposible no existe.
Esto es todo por hoy.
Esperamos que os haya gustado.
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