Relatos

El Estreno del Cornudo

            Mi cuerpo todavía se estremece del placer recibido hace tan solo unos instantes. Sudoroso, incandescente. Siento las caricias de mi acompañante sentados sobre la cama, con nuestras espaldas apoyadas sobre el cabecero. Reímos divertidos mientras sus dedos distraídos juegan con los pezones de mis voluptuosos pechos. A los pies de la cama mi marido, vestido con su camisón negro, se está follando a la muñeca hinchable que le regalé. Lo hace ajeno a nuestras risas y a nuestras chanzas. Está excitado, lleva días sin correrse y se nota cuando estalla y llena el coño de plástico con su leche. Ahora viene lo mejor. Después del orgasmo le atrapa la vergüenza. Saca su polla todavía goteando y me mira con ojillos suplicantes. No me da pena, sé que disfruta y a mi me excita humillarle. Le ordeno que limpie con su lengua el interior de la muñeca y me vuelvo hacia mi amante dispuesta a cabalgar de nuevo. Disfruto de mi nueva vida de “mujer caliente”.

            Llevo más de tres años viviendo con mi cornudo, sin embargo, no fue hasta pasado el primer año de convivencia que nuestra relación tomo el rumbo actual. Hasta entonces éramos una pareja común. Yo una jovencita de 26 años, él 39. Con nuestros trabajos, nuestras obligaciones, y con nuestro sexo programado. Bueno, quizás un poco fantasiosos en eso del juego amatorio, pero nada estridentes, unas cuerdas, algunos juguetes, azotes de vez en cuando. Aunque yo sabía que él había mantenido relaciones previas en las que había ejercido de sumiso sissy, y disfrutaba, y fantaseaba escuchando sus historias, a mi me costaba encontrar mi hueco, mi rol, mi situación, hasta que un cúmulo de coincidencias me abrieron las puertas al paraíso de par en par.

            Yo trabajaba de comercial por aquel entonces y nunca solía llegar a casa antes de la hora de la cena, pero aquel día me ofrecieron un nuevo trabajo y tras la entrevista decidí abandonar aquella empresa, de modo que, a media tarde, decidí regresar a casa. Al abrir la puerta me sorprendió que mi marido no viniera a recibirme, al igual que me sorprendió la gran actividad que oía proveniente de la habitación y hacia allí me dirigí, y allí lo pillé desprendiéndose apresuradamente de la ropa interior femenina que cubría su cuerpo, mientras sus ojos se clavaban en mí suplicando perdón y mostrándose avergonzado. Su polla aún permanecía enhiesta, aunque aflojaba rápidamente.

Para mi sorpresa, aquella situación me excitó de sobremanera. Mis bragas se encharcaron al ver la escena, y decidí dejarme llevar.

– ¡NO! ¡Vuelve a vestirte!- le grité, y su asombro me humedeció aún más.- ¿Te gusta vestir ropa de mujer?

-Sí- balbuceó con los ojos clavados en el suelo.

-Pues vestirás ropa de mujer, y actuarás como tal.

            Sin pararme a pensar le ordené que colocara boca arriba en la cama mientras yo buscaba en el armario un arnés que él me había regalado meses antes y que ahora, por fin, cobraba todo su significado. Me lo coloqué y sentándome sobre su pecho se lo introduje en la boca. Mi excitación crecía exponencialmente, sentía que perdía mi control. Con brusquedad, casi con violencia, retiré aquel falo de su boca, me hice hacia atrás, le quité las bragas de un tirón y abrí sus piernas. Su pene me saludaba firme. Sonreí viendo que él también se excitaba. Con paciencia y saliva se la metió el elefante a la hormiga, y aunque costó su tiempo, logré introducir todo aquel pene en su culo. Gemía de placer, se retorcía de dolor y yo no paraba de empujar, sacar, empujar.

            -Cáscatela- le ordené al mismo tiempo que empujaba nuevamente con mi arnés, y así lo hizo. Bastaron apenas un par de caricias a su enhiesta polla para que reventara, y yo me eché a reir. No tenía sentido, pero me reí y para mi sorpresa, él se limitó a enrojecer de vergüenza.

            Las semanas que siguieron a aquel día fueron un profundizar constante en aquellos nuevos roles. A los pocos días decidí tirar todos sus slips, gayumbos y el resto de prendas interiores masculinas y los sustituí por bragas, medias, ligueros… Salía a la calle con ellas puestas, por debajo de sus pantalones y ropa masculina. Al llegar a casa el cambio era completo. Falda, blusa y zapatos de tacón bajo para que se fuera acostumbrando. Sexualmente le negué toda iniciativa, siempre decidía yo cuando y cómo. Al principio se mostraba receloso, es cierto, sin embargo le hice ver que tenerme contenta le interesaba mucho más que enfadarme. Así, alguna vez que se le ocurrió correrse sin mi permiso, además de mi enfado correspondiente, castigo físico incluido, el posterior ayuno al que le sometía le hizo recapacitar. Debió ser muy frustrante que una y otra vez reusase sus desesperados intentos por seducirme, y que las pocas veces que se lo permitía tan solo le dejase comerme el coño y una vez yo llegaba al orgasmo, y tras empalmarlo bien, me diese la vuelta y me dedicase a dormir. De modo que en poco tiempo lo tuve dispuesto a obedecerme a cambio de una paja diaria, una mamada esporádica o un polvo mensual.

            Tras aquel proceso de control y sometimiento de su placer tocó introducir en su mente dos ideas, la primera, que cada vez era menos hombre y que por tanto su sexualidad y su placer, además de atenderme debía girar hacia una sexualidad más femenina, donde su culo se convertiría en su coño, y su pequeña polla en un gran clítoris. La segunda idea era que yo Sí necesitaba un hombre que me diera placer. Y claro, cuanto más profundizábamos en la primera, más fácil iba aceptando que no podía satisfacerme plenamente y por tanto, todo fue coser y cantar.

            ¡Cómo recuerdo la primera vez que me decidí a ponerle los cuernos! Fue un sábado. Había quedado con unas amigas para cenar. No lo planee, pero sucedió. Yo irradiaba sensualidad, con un amplio escote, una corta minifalda, medias negras y tacones. Soy una mujer voluptuosa, de pronunciadas curvas, y aquella noche las miradas de todos los hombres se clavaban indisimuladas en mi escote. En principio no les presté mucha atención, pero según avanzó la noche y caían las copas, mi sensualidad crecía, y mi deseo se desbocaba, de manera que, cuando en el último bar se acercaron a nosotras una cuadrilla de hombres busqué con la mirada al más interesante y me dispuse a cazarlo para sorpresa de mis amigas.

            Regresé a casa el domingo al mediodía después de pasar toda la noche follando con aquel hombre. Al abrir la puerta mi marido estaba esperándome, plantado de pie, con su ropa de mujer, serio, enfadado;

-¿Dónde has estado?- preguntó.

            Casi ignorándole pasé a su lado para dirigirme a la habitación a cambiarme de ropa.

-¿No vas a contestarme?

-Sí claro- dije girándome para mirarle con cara seria – He estado follando…

-¡Pero…!- no le dejé terminar la frase, agarrándole del brazo lo coloqué frente al espejo del aparador, y con voz firme y segura le lancé.

-Sí, claro que he estado follando con otro. ¡¿Pero tú te has visto?! ¡¿Tú crees que me puedes dar todo lo que yo necesito?!- Aquellas palabras le sonrojaron y la duda le bloqueo por un instante, justo lo que yo necesitaba. Endulcé entonces el tono de mi voz- Cariño, te amo, ¿lo sabes, verdad?- dije mientras acariciaba su cabello, y antes de que pudiera contestar continué- A ti te gusta ser así, atenderme, ser mi amiga, mi amante, mi amor, y a mi me gusta que sea así, pero yo necesito sentir una polla de verdad de vez en cuando, necesito sentir a un hombre de verdad… ¿Lo entiendes?

-Sí- balbuceó. Se debatía en un mar de dudas, sin embargo la situación ya estaba bajo mi control.

-Ven conmigo cariño- Y dicho esto le cogí del brazo y lo llevé a la habitación. Lo tumbé boca arriba, y quitándome las bragas me senté sobre su cara- ¿Lo saboreas? Así sabe una polla de un hombre de verdad. Una polla grande, con aguante… Ummm, sólo de recordarlo me humedezco.

            Su lengua se afanó en recorrer mi coño al tiempo que yo movía mis caderas restregándoselo por toda su cara, mientras le contaba con todo lujo de detalles la noche que había pasado. Le expuse como permití a aquel chico que me follase el culo, algo que jamás le había permitido a él, hasta que mis fluidos cayeron como un torrente sobre su cara. Me incorporé entonces, tenía la cara descompuesta, cubierta por mi flujo, y los ojos vidriosos amenazando llanto. Le acaricié entonces tumbándome a su lado, tranquilizándole, recordándole cuanto le amaba pero sin dejar de repetirle cuál era su posición, mi criada, mi amiga. Recogí su falda en la cintura, retiré sus bragas y dejé al descubierto su polla enhiesta. Sin parar de menospreciar su tamaño y su utilidad, se la acariciaba. Arriba, abajo, arriba, abajo, con una misma cadencia, movimiento mecánico de forma que su subconsciente le indicase que aquella tarea no provocaba en mi excitación alguna. Sin embargo su pene pronto empezó a palpitar en mi mano. A las palpitaciones le siguió su cuerpo convulsionando. Estaba a punto, en cualquier momento se correría. Paré, solté su polla y acerqué mis labios a su oído. 

–Termina tú, cariño, yo necesito dormir, ese semental no me ha dejado pegar ojo en toda la noche…

Esto es todo por hoy.
Esperamos que os haya gustado. 
No olvidéis comentar y compartir esta entrada en vuestras redes sociales. Es un minuto y ayuda inmensamente a la web.

No Comments

    Deja un comentario

    error: Content is protected !!
    Don`t copy text!
    A %d blogueros les gusta esto: